América Latina se ha
caracterizado por tener continuos cambios de gobierno, la inestabilidad de los
mismos, y la tendencia a conservar determinadas pautas de mando político por un
lado, frente a la intención frecuentemente fallida de cambio de signo
-ideología- en el gobierno por el otro, lo que ha sido la constante noticia y
comentario desde la década de los años treinta en todos los Estados
latinoamericanos.
Se ha escrito mucho sobre la
problemática latinoamericana, y sobre sus aspectos históricos, especialmente en
relación con Estados Unidos, y sobre las políticas que este país ha ido aplicando
históricamente en sus sucesivos períodos de gobierno, hacia América Latina. Sin
embargo, en mi opinión, no se ha hecho un estudio profundo sobre el sistema
político latinoamericano. Al menos sobre la existencia de un sistema político
específico en América Latina que la caracterice desde ese punto de vista. Es
cierto que existe una “geografía” llamada América Latina; lo que no
necesariamente coincide con la existencia de un sistema político que abarque,
en forma unificada, a esa región.
Pero lo más peculiar es que,
lo que era considerado como la “verdad” en la América Latina de los cuarenta,
los cincuenta, los sesenta, incluso hasta los ochenta; luego de la caída del
Muro de Berlín en 1989 y la desintegración de la URSS en 1991 que permitió la
expansión planetaria del capitalismo, pasó a ser lo errado, lo equivocado, la
mentira, y la “verdad” empezó a ser exactamente lo opuesto. Se ha dado un
“antes y un después” en América Latina con un corte, que se ubica en 1989
(Dallanegra, 2001).
Durante décadas,
especialmente luego de la Segunda Guerra Mundial, el intervencionismo del
Estado, el proteccionismo, las actitudes nacionalistas y “nacionalizan tés”, el
crecimiento de las leyes sociales y laborales, ha sido la verdad y todo lo
opuesto considerado como “traición a la patria”. Sólo los sectores liberales 2
que podían acceder al gobierno mediante golpes de Estado, pensaban y promovían
lo contrario, incluyendo las propuestas y consejos de los diferentes gobiernos
norteamericanos hacia América Latina. Hoy, y se puede decir, desde el “Consenso
de Washington” de 1989, la tendencia es al achicamiento del Estado y su rol,
las privatizaciones y la total apertura de las economías, el fortalecimiento de
los actores privados, la
total desregulación de la economía y de las leyes sociales y laborales. Hoy la
gente trabaja más de 12 horas y no es ilegal exigirle que lo haga o echarla y
reemplazarla por otra. América Latina, particularmente su sistema político, ha sido
estudiada fundamentalmente por norteamericanos o europeos, y muy poco, casi
nada, por los propios latinoamericanos. Hay un manifiesto desinterés por parte
de los latinoamericanos a estudiar su propia región.
Es más, no se puede decir
que América Latina constituya una región -salvo geográficamente desde el punto
de vista político o económico, más allá de los emprendimientos -hasta ahora siempre
fallidos- integrativos. No existe la más mínima coordinación de políticas entre
los diferentes Estados de la región. No existe un “Consenso Latinoamericano”,
para resolver las problemáticas de la región, siguiendo pautas y criterios
propios.
La base de este proyecto se
hizo a partir del estudio hermenéutico de un trabajo realizado por Anderson
(1974). La idea principal ha sido estudiar las características centrales del comportamiento
del sistema político latinoamericano, y contribuir con algunas ideas, en base a
criterios propios y lectura de trabajos adicionales, con el propósito de
elaborar e implementar algunos nuevos aportes.